Los arquitectos no me dejan dormir.
Llegan en desorden,
arrancándose mutuamente las palabras;
que si hay que fortificar las estructuras
para cuando vengan las aguas,
que si el puente fulanito
tuvo un error de diseño y por eso
murieron veinte en enero,
que si me intereso
por hacerme una casita de verano.
Pero los artistas
me lleva la madre con los artistas
a esos no los entiendo.
Gritan y hacen bulla,
se empeñan en que haga caso
a sus obras; sus sobras, acaso:
imágenes inconexas que muestran
a sus muy personales dioses
o criaturas, no sé:
mujeres, delirios, historias,
chismes que en nada me interesan.
Carajo, ¿qué no ven que sabine
duerme ya a mi lado, que escucho ya
el tamborcito de sangre en mi sien
harta y reclamándome sobre la almohada?
Pero no, de buena onda ai estoy,
atendiendo sus demandas a regañadientes,
tratando de atender a cada uno.
Qué ganas de decir
"Señor Burns, suelte a los perros".
Pero no, no soy tan claridoso
y los despido finalmente,
reparto los abrigos y -pa peor-
les digo que vuelvan pronto
(esa falsa amabilidad latinoamericana)
y regreso a mi oscuridad mentando sombras
a la una y media de la mañana
como cada noche de esta semana.