¿De qué te extrañas, fuego, si ya me conoces?

jueves, febrero 10, 2005

De escuincle me fascinaba, al acompañar algún sábado a mi agüelita al mercado, ver cómo los polleros le hacían al Jack el Destripador. Ella podría estar unos puestos más allá, checando las verduras, la blandura de los elotes o cuantamadre y yo me quedaba como pegado de los ojos al herramental del ilustre, haciendo changuitos para que ella se tardara y me diera chance de ver el mayor número de pollos siendo "recortados". Se me hacía pinche ver cuando los marchantes llevaban a los pollitos vivos y colgados de las patas, los pobres, pero en esos puestos ya no había ese freno: los pollos ya no tenían plumas y bueno, vida tampoco. Para mí ya habían pasado a otro estado, como cuando te quedas observando la caja después de que ya le sacaste el juguete que venía dentro.

Trataba de aprenderme dónde iba cada tijeretazo en el pollo, de dónde tomar el cuerpo para que se descoyuntara en los puntos precisos. Ya sabía que en cada pollo el punto más cabrón era el partir por la mitad su esternón. Se veía que el pollero la sudaba y se dolía de la mano al darle con el dorso del puño a la tijera en esa zona conflictiva. Después de ese tijeretazo, todo parecía tan fácil y hasta placentero. Cuando sus dedos se hundían en las tripas yo imaginaba las mías metiéndolas en un flan de chocolate. El sonido también era chido: el epitelio separado de los órganos sonaba a papel tapiz jalado con energía. Cada pollo era la misma obra teatral, que para los ojos de un escuincle de ocho años, era mejor que ver aparadores de tiendas. Me cae que me imaginaba no ser pollero, pero sí tener oportunidad de ponerle en su madre a un cadáver de esos algún día, con la mísma técnica que se hallaba entre un cirujano con doctorado y un mecánico de dedos gordos y cubiertos con aceite ennegrecido. La vida, sin embargo, se encargó de hacerme ver que disfrutaría más dibujando en las orillas de mis apuntes de matemáticas y fue por eso que ahora soy diseñador y no pollero (o saico). Por ai del '98, un compa diseñador de la BUAP me enseñó un proyecto que tenía sobre diseñar una fuente tipográfica para compu basándose en pedazos de pollo. Esa fue la conjunción planetaria más cercana que tuve a fortuna ver entre el mundo del diseño y el distante planeta de los descuartizadores. Nunca supe si su fuente llegó a algún puesto de gloria en la revista Fakir o en algún sitio oscuro en la internet.

Hoy recordé todo eso de putazo. Estaba cocinando, escuchando el Outside del David Bowie mientras preparaba hígado de res. (a propósito: es de valientes freír algo que hace que el aceite brinque mientras se está en pelotas a escasos quince centímetros del sartén. Confieso que con la mano izquiera protegía las joyas de la familia: no soy tan cabrón). Me vinieron a la mente los recuerdos de la pollería, los olores y colores del mercado de la Piedad. Y con fe le entré a la descuartizadera del hígado. Más que un recorte de piezas, como es normalmente mi manera de proceder, me entretuve en retirarle entre cuidadosa y sádicamente el epitelio a lo que compré de la pobre res. Nunca me había comido antes un hígado tan despedazado como el de hoy. Incluso le decía entre dientes cosas como "quieteciiito" o "cht cht cht, tranquis" a los pedazos pulposos (me lo estoy comiendo mientras escribo esto). Qué ganas de ordenarle con voz de mujer "you show respect / even if you disagree": qué momento tranquilo y exacto para cantarle esa rola del Bowie a un pedazo crudo antes de asimilar sus carbohidratos.