2.3. Un gato oscuro se cuelga de la cola de la luna.
La Tabi llegó a mí como anónima. Primero fueron telefonazos donde sólo escuchaba un respirar, luego risas, luego poemas. Después encontré cartas en mi casa, sin timbre, sin dedicatoria. Todos los sobres esmeradas creaciones creadas con puro collage; dentro poemas sobre hojas moradas tocados por un aroma que podría reconocer hoy día. En alguno de mis cumpleaños, su amiga encubridora (la marisol) llegó de pronto a alguna clase de diseño en la universidad y me entregó un paquete diciendo "de parte de tábata". Una tarántula y una nueva carta.
Finalmente venció su miedo -que no timidez- y apareció de noche frente al zaguán de la casa. Nos vimos luego en varias ocasiones. Era vecina mía de apenas un par de cuadras de distancia. Que se había enamorado de mi, del cantantito de rock panchero. Resultó atractiva, simpática y culta; rockera y con fuegos de cambios sociales. Empatizaba con el EZ y adoraba a los gatos. Quería estudiar Hotelería pero me tocó ver su cambio a Letras. Compartimos horas en manifestaciones de apoyo a los zapatistas, música y finalmente los primeros escarceos amorosos mientras veíamos a medias una copia pirata de Asesinos por Naturaleza. Me dio a conocer cosas y personas nuevas, me confrontó con mis propias aristas, con mi soberbia. Nos inventamos pinche mil nombres el uno al otro. Descubrimos de la mano las primeras verdaderas luces de nuestros apetitos sexuales. Fue mi bastón emocional alguna vez que mi mundo entero se me cayó de golpe en la cabeza. Me apoyó siempre de la mejor manera y en general, la vivimos chido durante el tiempo en que estuvimos juntos.
Me prometió que me enseñaría "algún día" su diario y ese día llegó unos ocho años después, cuando ya mucho antes habíamos terminado y la visitaba en alguna Navidad. Fue por falta de entendimiento mía que se acabó la relación.
Salvo un episodio medio oscuro que tuvo con un novio no muy amigo de los ex-novios, y yo con algunas novias equivalentes, nos supimos mantener en contacto, ya como amigos. La Tábata luchona que siempre me cagoteaba por escribir con acento y sin hache su nombre aún me da cosas para aprender. En un momento de crisis económica y laboral se las ingenió para ver a los Rolling Stones en Brasil, pasearse por los Campos Elíseos y contar barquitos en Amsterdam. Fue la voz de una estación de radio universitaria en Puebla y ahora tiene apariciones televisivas relacionadas con la cultura. Sigue prendada del SubComandante y del movimiento en general, a la vez de Trent Reznor y de Peta Wilson, de Rob Zombie y de Angelina Jolie, de Björk, del buen cine y las cosas sencillas, del sonido que arma en su ventana la cola blanca de la lluvia y de los gatos, de las tormentas, de las sombras.
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