Hace una semana se salió de una jaula el tigre -vayaustéasabercómo- y nos abrió un rugido armadísimo y hambriento a mí y a mi primo. Nos salvamos de ser desfigurados sólo porque la luz del sol me despertó al tiempo, pero mañanas después volvió mi tigre en forma de lobo, en una región helada onda age of the mythology.
Hoy estaba yo descubriendo caracoles y peces que una insólita playa africana había depositado en la sabana. Tuve que correr despavorido cuando mi tigre en esta ocasión se convirtió en un tsunami que era anunciado a través de altavoces con verdadera alarma -en español- por un miembro de mi aldea de cazadores. Igual, gracias sol, aunque cada vez que estas cosas suceden se va extendiendo mi miedo como una colonia de parásitos. No lo menciono a mi mujer a la mañana siguiente ni a la que viene después sólo porque me va a tirar a loco, pero supongo que ese animal descansa cuando yo velo y se ejercita e incluso llama a otras criaturas con quienes desarrollar la estrategia perfecta. La determinación incorrupta de mi animal no cejará hasta que con mi muerte él pueda finalmente viajar a otra cabeza.
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