Nuevamente se levanta el silencio entre estas olas de ladrillo. En este punto la rama del árbol genealógico se hace astillas, deja huérfana a su fruta. En este punto ella me clava una grapa ardiendo en el ojo, ella me roba el piso y la sombra. ¿No ya tenemos suficientes robots malignos acechándonos en las esquinas? ¿Qué tan necesario es concederles la facultad de concebir?
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