Abuelita, mamá mía desde la muerte, hoy te abro mi diario. ¿Qué ouija nos iba a advertir sobre tantas palabras bruscas en la madera? Mira hasta dónde me llevan los pasos que me enseñaste siendo niño, mira de que manera me nutrió tanto libro heredado de tus ojos.
Tú y yo nos hemos ido de nuestra casa. Seguí tu ejemplo y se la heredé a borrosos personajes. ¿Qué sientes ahora? ¿Acaso una pérdida de control? Las paredes habrán quedado desconcertadas ante su repentina orfandad. No sabrán de quién ahora recibir las órdenes y las caricias. La casa entera debe estar angustiada. Le dejé a mis cinco gatos para que ella los atienda, les rasque la panza gorda con sus dedos amarillos de sol mañanero. No quiero que pienses que soy un malagradecido. Es sólo que también -como tú- preferí empacar, abuelita. Mi vida todavía se merece un poco más de paseo, de oler las flores de aquí y allá. Con la noche regresaré a tus manos, a tus cosquillas, a tu cara neutra. Volveré a ser tu Benjamín y quizás volvamos a escuchar radionovelas en nuestra cocina, la que hicimos nuestra a fuerza de habitarla.
Yo te prometo que a esa casa regresaremos juntos.
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